Concurso literario "Sant Jordi en Instagram"


Con el objetivo de promover la creación literaria a través de las redes sociales, el Grupo Humanista Aficción y el Departamento de Cultura del Ayuntamiento de Igualada crean este certamen con motivo de la tradicional "diada de Sant Jordi", una de las fiestas más celebradas en Catalunya, donde se intercambian rosas y libros.

En su tercera edición, el concurso superó nuestras expectativas al recibir más de 700 obras. Esperamos que en la próxima edición aún sean más y que mantengan el alto nivel de calidad.

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Fallo del jurado

III PREMIO LITERARIO "SANT JORDI EN INSTAGRAM" del Grupo Humanista Aficción

Hoy, 23 de abril de 2023, el Grupo Humanista Aficción, con CIF-G72687254, y el Departamento de Cultura del Ayuntamiento de Igualada se han reunido para proceder al veredicto del III Premio literario “Sant Jordi en Instagram”. Destacamos la amplia participación y calidad de los trabajos: 720 propuestas literarias llegadas desde 28 paises.

Una vez leídas las obras por parte del jurado, compuesto por Gal Gomila (maestro, músico y escritor), Jaume Carballo (pensador, misántropo y corrector), Bernat Roca (historiador, astrólogo y escritor), Laura Rodríguez (psicóloga y amante de las letras), Josep Maria Barquilla (empresario y filólogo), Maria Marmol (Bellas Artes, conservadora y restauradora de bienes culturales), Josep Adolf Martí (filósofo y teólogo), Beatriz Macías (correctora ortotipográfica y amante de las letras), Rosa Mª Macarrón Herrando (historiadora, gestora cultural, literata y bookstagramer), Emmanuel Lorenzo (ganador de la II edición ESP) y Olga Valls (ganadora de la II edición CAT), se ha determinado que los ganadores de este certamen sean:



CATEGORÍA EN ESPAÑOL

TOP20: 
Beatriz Marín (ESP) @beamaringom por Alipori  
José Aristóbulo Ramírez (COL) @jarb_sg por Perorata informal  
Brandon Angulo (COL) @brandon_angulog por El sombrero de paja 
Hugo Portal (URU) @hugoportal por Metro 
Alex Lasa (ESP) @alexlasa_ por El juego de Estrella 
Emilio Vieites (ESP) @emiliovieites por Angélica Mayer 
Daniel Clavero (ESP) @danielclaverotoledo por La nevera 
Tania Serrulla (ESP) @ruletania por El sótano del doctor Brenston 
Albino Monterrubio (ESP) @albinomonterrubio por El cementerio deshabitado 
Franz Kelle (ALE) @franzkelle por Verso libre 
Sandra Escames (URU) @esksandra por Pompón 
Jessica Verbon (ESP) @jessverbon por Sangre, sudor y lágrimas 
Sebastián Ramos (CHI) @soy.el.fisher por La cepa de los olvidados 
Martha Barilari (ESP) @martha_barilari por La chica que vio el mar
Emma González (ESP) @emmaenarcos por Último invierno en Montevideo
María Teresa Torres (ARG) @teretorressal por Ciruelas pasas
Javier Celada (ESP) @javier_celada por Los ojos de lucio
Lorena Galindo (ESP) @_lgamma por El ladrón del trapico
María Emilia Macchi (CHI) @mariadelosmaquis por Ideas para el jardín
Eduardo Omar Honey (MEX) @eohoneye por Jinetes informales del fin
 



SEGUNDO FINALISTA
Albino Monterrubio
@albinomonterrubio
Por:
El cementerio deshabitado

PRIMER FINALISTA
Brandon Angulo
@brandon_angulog
Por:
El sombrero de paja

GANADORA
Lorena Galindo
@_lgamma
Por:
El ladrón del trapico




CATEGORÍA EN CATALÁN

TOP20:
Cristina Olivé @anitsirc1952 por El brollador de la plaça de la vila
Josep Maria Prió @josepmprio por La torre Elisenda
Oscar Figueruelo @oscarfigueruelo por Carícies d'aigua salada
 Gerard Torra @kublamai por Sota la teulada, un record
Margarida Camprubí @margarida_camprubi_escriptora por Les sabatilles
Gemma Martínez @gemmma_111 por Màrtirs
Raquel Vilella @raquel.vile por La sang de la Parvati
Marina Llobet @mar.inabook por Lectura en veu alta
Jordi Salvans @salvansjordi por La llum i els cossos
Albert Antolín @cesena96 por Finestra amb cortines
Ramon Font @rfont1953 por La dama de la vida
Joan Pinyol @joan_pinyol27 por Entre la borrufa
Glòria Gou @gloriagouclavera por Nonat
Eva Llobet @ellobetma por Mentides
Daniel Harris @danielharrisescritor por Esperança
Yurena Rodríguez @lovely_wonderwall por Els lliure somiadors
Joan Capalleras @jjooaann96 por V(B)ellesa
Glòria Miranda @mar.de.lletres por El mirall
Victòria Cerdà @viccartigues por El ritme dels nostres cors
Daniel Moreno @danielmormuz por Realitat distorsionada



SEGUNDO FINALISTA
Albert Antolín
@cesena96
Por:
Finestra amb cortines

PRIMERA FINALISTA
Marina Llobet
@mar.inabook
Por:
Lectura en veu alta

GANADORA
Eva Llobet
@ellobetma
Por:
Mentides



Escribir es un acto de amor y de valentía; nuestra más sincera enhorabuena a todos los participantes. El GHA os emplaza para la convocatoria del 2024.
En breve nos pondremos en contacto con los premiados.
La obra ganadora será publicada el día 1 de julio en esta web y en @galgomila
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Ganadora en lengua española

El ladrón del trapico

por
Lorena Galindo / @_lgamma


Ilustración: @manuelfloresart

Si dejaba de correr estaba muerto. Su hermano lo estaba persiguiendo alrededor de la casa, y las vueltas concéntricas por el jardín deberían haber acabado hacía rato, pero Pedro corría un poco más lento para no pillarle. Prefería prolongar la tortura.
 En algún momento Dani tropezó, resbaló en un charco y se quedó boca arriba mirando al cielo de nubes negras. Llevaba toda la semana lloviendo, algo que no pegaba nada en Cartagena. La cara de Pedro apareció en su franja de visión. Parecía complacido por la victoria.
 —Jugar contigo al escondite es aburrido. No sabes esconderte, y cuando te encuentro, tampoco sabes correr. —Su hermano mayor lo ayudó a levantarse.
 Dani había tenido otra pesadilla, y esta vez no la podía olvidar. Ni jugar con Pedro había sido suficiente. Cuando estuvo en pie, su hermano lo abrazó y le dijo cosas, pero eran de esas que no se entienden y componen la jerga habitual de los hermanos. Entre ellas estaba “mocoso”, “miedica” y “superhéroe”.
 Dani tenía siete años, demasiados para comportarse como un niño pequeño y pocos para hacerlo como los mayores. A veces Dani no sabía cómo actuar.
 No mojaba la cama desde hacía tiempo, y no le daba miedo ir al parque, algo de lo que estaba muy orgulloso, porque el recuerdo de la primera gran caída de Dani incluía un columpio, una paleta rota y una cicatriz sobre la ceja con forma de media luna.
 Sin embargo, Dani no era tan valiente para otras cosas: Dormía con trapico.
 El trapico era un trozo de tela que estaba deshilachado por los extremos y, en definitiva, era muy normal. No tenía nada de especial salvo que era el elegido.
 El trapico era sagrado.
 Dani dormía con él a pesar de las preocupaciones de su madre, que consideraba que abrazar un trapico era una tara de niño pequeño que Dani debería haber superado.
 El único que comprendía la importancia del trapico era Pedro.
 Su hermano mayor era un ídolo para Dani, una mezcla entre Thor y Batman, pero más inteligente. Pedro era alto, fuerte y mayor, pero toda esa definición pasaba por el filtro fraternal de Dani. En realidad Pedro era de estatura media, más bien flacucho, y aún no había cumplido los dieciséis años. Lo único que tenía de atractivo era una bonita hectárea de acné en las mejillas, pero eso para Dani era indiferente.
 Pedro terminó de levantarle, le sacudió el barro de la camiseta y lo cogió por los hombros. En medio del jardín, bajo la amenaza de las nubes de tormenta, Dani pensó que su hermano estaba a punto de revelarle algo. Sin embargo, la información la tenía él. Pedro lo había escuchado gritar en sueños.
 —Cuéntame la pesadilla, mocoso. —Lo zarandeaba un poco, solo lo suficiente para rebajar el cariz tétrico que aportaban las nubes.
 Dani dudó, pero no tenía sentido ocultarle nada a su hermano. Si había alguien que pudiera protegerle, era él.
 —Ha vuelto a venir a robármelo —dijo aguantando la emoción. El labio inferior le temblaba como cada vez que intentaba contener el llanto.
 —¿El mismo que la otra vez?
 —Sí. —Dani dejó escapar una lágrima. La maldita había sido más rápida que él.
  —¿Y cómo era? —Pedro se estaba tomando la situación muy en serio.
 —Era bajito, tan pequeño que daba miedo —describió Dani, que ya no podía contener el llanto—. Era el ladrón del trapico.
 —Esta noche se acaba la tontería. —Su hermano volvió a abrazarle, y su aliento le calentó la coronilla—. ¿Recuerdas lo que planeamos la última vez que pasó?
 Dani asintió.
 El ladrón del trapico había aparecido en sus pesadillas desde que su madre amenazó con quitárselo. Su madre era secretaria en el bufete de abogados más importante de Cartagena. Las jornadas dedicadas al papeleo la habían dotado de una visión pragmática que impedía asumir que su hijo de siete años siguiera durmiendo con un trozo viejo de tela. Ella no entendía que el trapico era el talismán que lo protegía de los monstruos.
 El ladrón del trapico era bajo, vestía de negro y se movía muy rápido. Ocultaba su rostro bajo una capucha, y su único fin en el mundo era robar el trapico.
 La noche anterior, el ladrón del trapico había actuado.
 La habitación de Dani estaba iluminada por la lucecita de noche, un aparato que su madre había guardado, pero que Dani rescató y conectaba en cuanto ella se acostaba. Esa noche, el ladrón del trapico había subido por las escaleras con unos pasos anhelantes de tesoros infantiles, y la luz de noche había iluminado una figura que entraba en la habitación, proyectando sombras conforme el ladrón se acercaba a su destino.
 El ladrón se había acercado a la cama de Dani, había cogido el trapico, y entonces…
 Lo despertó el tirón, y Dani se cayó de la cama.
 El golpe de sus veinticinco kilos contra el suelo sumado al grito que salió de su garganta fue tal, que el ladrón del trapico huyó despavorido antes de que Pedro y su madre entraran en la habitación a calmarlo.
 Después de esa noche, Dani había aprendido dos cosas del ladrón del trapico: La primera es que era un cobarde. Nunca mostraba su rostro, ni lo atacaba cuando estaba acompañado. La segunda es que pasara lo que pasase, el ladrón del trapico volvería.
 Pedro interrumpió sus pensamientos. Sobre ellos, las nubes estaban cada vez más negras. De un momento a otro volverían a reventar.
 —Esta noche se acaba la tontería —repitió su hermano. Después, levantó la vista al cielo y arrugó el rostro—. Vamos dentro, que va a empezar a diluviar.
 Cuando entraron en la cocina, los recibió el olor a las magdalenas que su madre había hecho para la cena del trabajo. Pedro seleccionó una, recolocando el resto para evitar sospechas. Le dio la mitad con un gesto solemne.
 —Tenemos que repasar el plan —dijo su hermano mayor con la boca llena de chocolate—. Mamá se va a las nueve. Tú te acuestas y te haces el dormido, pero yo estaré preparado para descubrir al ladrón.
 —¿Y si es peligroso? —Dani apartó la magdalena. Era incapaz de comer mientras planeaban algo tan importante.
 Su hermano se sentó frente a él y le miró con la cara. Ésa era la expresión que Pedro ponía cuando las cosas debían ser de una manera solo porque Dani no era mayor. La cara era la representación de su madre fusionada con el rostro de Pedro. Pero en este caso, la cara no venía para cortar el rollo, sino para solucionar un posible delito.
 Iban a pillar al ladrón del trapico. Se acabaría el dormir con miedo.
 —El ladrón del trapico no puede ser peligroso —dijo con la calma propia de los hermanos mayores—. Te lo digo porque yo sé quién es el ladrón del trapico. Y hoy vamos a atraparle.
 La información, además de confusa, fue excesiva. ¿Cómo es que Pedro conocía su identidad? ¡Tenían que llamar a la policía! Pero pronto desechó esas ideas. Era ridículo pensar de esa manera; incluso un niño pequeño sabría que no había ninguna patrulla especial encargada del rescate de los trapicos de todos los niños del mundo. Ése era un asunto entre el ladrón del trapico y ellos, aunque seguía sin comprender por qué Pedro afirmaba saber quién era.
 La preocupación se resolvió como lo hacen la mayoría de cuestiones de los niños pequeños: pudo vivir con ella pasando a otra cosa. A Dani seguía incordiándole la pregunta, pero era mucho lo que tenían que planear, y muchas las dudas que aún tenía sobre el funcionamiento del mundo. Se lo preguntaría a su hermano más adelante.
 En Cartagena nunca llovía, y cuando lo hacía parecía que se paralizaba todo. Poco antes de las nueve diluviaba tanto que temieron que la cena se cancelara, pero su madre cogió un paraguas y se despidió dejando un olor a magdalenas.
 —Tomen posiciones —dijo Pedro pintándose dos rayas de chocolate sobre el acné de las mejillas.
 Dani no se pintó, ni siquiera sonrió ante la ocurrencia. Se limitó a correr hasta su cama y arroparse como si la manta fuera un escudo de acero. Antes de que su hermano mayor se fuera, encendió la luz de noche.
 Hubo un instante de crisis en el que recordó que no había tomado la precaución más elemental, y ató el trapico a su muñeca. Después, cerró los ojos a la espera de que el ladrón llegara. No tenía tan claro lo de aguantar el grito, pero se había preocupado por vaciar la vejiga justo antes de acostarse. No quería contratiempos.
 Solo cuando pensaba que el ladrón del trapico habría hecho pellas esa noche, la puerta de su habitación crujió. Los pasos no se oían, era imposible intuirlos con el sonido de la tormenta. Llovía tanto que el agua corría por la ventana como si fuera una cascada.
 Por el rabillo del ojo vio como el ladrón del trapico volvía a ocultar su rostro bajo la capucha, un rostro de persona pequeña. Suponía que tendría sus razones para querer hacerlo, pero Dani no podía olvidar que había venido a robarle su trapico. Era malísimo. Ahora estaba junto a su cama, y una de sus manitas salió del abrigo. Era una mano deseosa de tesoros, y se estaba acercando a él.
 El ladrón agarró el trapico, cargó todo su peso y tiró. Lo que no esperaba es que Dani hubiera atado el trapico a su muñeca.
 Dani se cayó de la cama, y por segunda vez en dos noches aterrizó contra el suelo. Se escuchó un “cataplún” crujiente y doloroso. Pedro entró corriendo y les quitó el trapico.
 —¡Que no escape! —Dani trataba de agarrar al ladrón, pero Pedro lo apartó con un gesto solemne.
 El ladrón del trapico no trató de huir esa vez. En su lugar, se quedó abrazado a Pedro, como si su hermano mayor y el ladrón formaran parte de un mismo complot antitrapicos. Dani celebró haber orinado antes de meterse en la cama.
 —Espera, tengo que enseñarte una cosa —dijo Pedro. En los brazos de su hermano, el ladrón del trapico parecía un niño pequeño.
 Dani tenía ganas de gritar y de llorar, todo a la vez, pero entonces su hermano hizo algo aún más descabellado: Pedro le quitó la capucha al ladrón del trapico.
 Dani enmudeció. El susto le cerró la garganta, y por un momento no pudo ni gritar, ni respirar. El ladrón del trapico era un niño.
 Tenía el pelo castaño y la cara llena de pecas. Una cicatriz en forma de media luna decoraba su ceja, la misma cicatriz que Dani se había hecho en el columpio, solo que ahora era más vieja y había cicatrizado. El ladrón del trapico se parecía demasiado a él, solo que…
 —Dani, éste eres tú dentro de un par de años —dijo Pedro con una expresión de disculpa.
 El ladrón del trapico sonrió, y cuando lo hizo la paleta rota de Dani —la misma que se había roto cayendo del columpio— apareció entre sus labios.
 Ahora el Dani mayor se acercaba al Dani pequeño, y estaba cogiendo el trapico. En sus ojos se leía una pregunta.
 —El Dani mayor quiere saber si estás preparado para que se lleve el trapico. — Pedro estaba empezando a emborronarse. No era posible, pero ahora toda la habitación desaparecía poco a poco. Su hermano continuó—: El ladrón del trapico eres tú de mayor, y volverá cada vez que lo necesites para indicarte el camino correcto.
 Dani lloró, pero no fueron lágrimas de tristeza, ni de miedo. Se enfrentaba a la primera gran revelación.
 La mirada del ladrón del trapico era sincera, y estaba cargada de promesas futuras. Le dio el trapico, y por un momento su mano y la del Dani mayor —la del ladrón del trapico—, se rozaron descargando una corriente eléctrica.
 Entonces Pedro, el ladrón del trapico y la habitación se difuminaron, y lo único que perduró fue el sonido de miles de gotas de lluvia resbalando por la ventana.
 Dani se despertó. Olía a magdalenas recién hechas, y su madre canturreaba algo desde la cocina. Pedro estaba sentado junto a la cama, al igual que había estado apenas un instante antes, solo que ahora no estaban dentro de un sueño.
 —Has vuelto a tener una pesadilla —dijo Pedro acercándole el trapico—. Se te ha caído esto.
 El rostro de Pedro era más de héroe que nunca. Por la ventana entraba el sol, y en el cristal comenzaban a evaporarse las gotas de lluvia. Dani se secó las lágrimas.
 —Cuidaré al trapico siempre, pero ya no dormiré con él —dijo abrazando a su hermano—. Creo que me he hecho mayor.


Ganadora en lengua catalana

Mentides
por
Eva Llobet / @ellobetma

Ilustración: @carlacucurella

No suporto les mentides, apunti-ho bé, això, en majúscula. I en diuen moltes, al poble, quan creuen que no els sento. Que no hi soc tota, diuen! I ja ho veu, no em falta res: ulls, nas, boca, orelles. Les dents, guaiti bé, alguna corcada, però totes. I la llengua. Braços i cames, mans i peus, tots els dits, compti, compti. Per dins també, encara que no es vegi: cor, pulmons, fetge, ronyons… Que no hi toco, comenten! Ves quina bajanada… Prou que he de tocar les gallines, per collir els ous; les vaques, per munyir-les. Prou que he de muntar la parada, els dies de mercat. Que em falta un bull, xiuxiuegen! Només faltaria… Com si fos crua, jo, a mig fer. On s’és vist, bullir les persones, digui’m? Perdoni, perdoni, quan m’atabalo crido, ja ho sé. Mentidera, gent dolenta, tots plegats. La mare sí que era bona, una santa! Ella m’ho explicava tot amb paraules planeres i jo sempre l’entenia. "Ho pots fer tot, Rosa, si vas a poc a poc", em repetia. No mentia mai, ella. Si m’explicava que no tenia pare, jo, és perquè era així. "Tothom en té, de pare", em deien els xiquets, per fer-me enrabiar. Però jo no; jo era només de la mare. Diuen que va morir d’un mal lleig, ella, però no ho comprenc. És que hi ha mals bonics? Estava malalta i patia molt; és millor que sigui morta. Ara visc amb la tieta, que és vella i lletja, i no m’estima. Diu que no hi veu i és cert que, si t’hi fixes, té com un tel blanc als ulls. Diu que l’hi trauran, com faig jo amb el de la llet, després de bullir-la. De tota manera, camina amb pas ferm, per la casa, no topa amb res; no sé com ho fa. I té el nas fi. "Fas pudor d’home", em va renyar fa unes setmanes quan tornava del bosc. Vaig callar, perquè no m’agrada mentir i ell m’havia dit que era secret, allò nostre. Però ara ja ho puc dir, que l’algutzir m’ha fet prometre que li ho explicaria tot, a vostè, i que, en acabat, potser em voldria fer preguntes. No era pas foraster, l’home, però se’l veia poc, pel poble. Un dia, a plaça, em va preguntar quants anys tenia i li vaig respondre que no ho sabia, però que havia viscut ja força nevades i nadals, que havia nedat moltes vegades al riu, a l’estiu, i que, a la primavera, m’agradava fer garlandes de flors, que hi tenia molta traça. I em va dir que li’n podria fer una, que de flors no me’n faltarien, que quan l’aigua no fos tan freda ens podríem banyar, plegats, en un indret amagat que coneixia, on seríem sols. Que, mentrestant, podíem passejar pel bosc. Em va dir que era bonica. Ell no m’ho havia semblat fins llavors. Ens vèiem de tant en tant i m’agafava la mà i me la besava. També el coll i els llavis, després. Em va dir que érem promesos, ara, que aviat seríem casats i que, per tant, podíem fer les coses que fan els matrimonis. I em tocava per sobre la roba i també per sota. Em feia coses que m’agradaven i d’altres que em feien mal. Em va dir que no ho contés a ningú, que ho espatllarien, i hi vaig estar d’acord, que la gent és dolenta i mentidera. Però un dia feia pudor d’alcohol i vaig saber que anava borratxo, que ja n’havia vist d’altres, a les festes del poble, cap al vespre. Li vaig dir que quan fóssim casats aquelles coses no les podria fer. Va riure fort, la baba que li queia, i em va dir que era tot mentida, que no s’hi casaria pas, amb mi, que eren coses que es deien per convèncer les noies, que només se les creien les que no hi eren totes, les que no hi tocaven, com jo. El vaig empentar i va rodolar per terra. Anava tan begut que no es podia alçar. Encara reia, però, fins que li vaig donar un cop, dos, tres, quatre, amb aquella pedra esmolada. Va callar, llavors. Es va quedar estès, amb la boca i els ulls oberts, el pit quiet. Jo tenia la cara i les mans esquitxades de vermell i em vaig netejar amb la faldilla. Sabia que havia fet mal fet, però ja era tard. Li vaig tancar els ulls i la boca, com havia fet amb la mare, anys abans. M’hauria agradat enterrar-lo, però el terra era fred i dur. Per això el vaig cobrir de pedres, tantes com vaig poder. No el volia pas amagar. L’endemà em va venir a veure l’algutzir i em va preguntar si havia estat jo. No li podia pas mentir, és clar. I per això soc aquí. Apunti també, per favor, que al poble no hi vull pas tornar. La mare també me’n va ensenyar, de llegir i escriure, però vostè ho fa més ràpid i té una lletra tan bonica! Em vol fer alguna pregunta?

Si quieres participar, lee las bases.